Acabo de terminar de leer el libro, “El año que trafiqué con mujeres” de Antonio Salas, ese periodista que estuvo infiltrado durante un año en redes de prostitución. En el libro, Antonio Salas, negocia, haciéndose pasar por un traficante, la compra de niñas para la prostitución.

Esas niñas tienen entre 10 y 14 años y son tratadas como mercancía para satisfacer mentes depravadas de los clientes que alquilan sus servicios. Evidentemente estamos hablando de un asunto grave que se da hoy en día. No ha hecho falta el libro de Antonio Salas para saber que eso ya ocurría.

Quiero llamar la atención de que esta negociación ocurría en Madrid, en nuestro país. Niñas que tendrían que estar en la escuela son obligadas a hacer mil barbaridades, que ni quiero ni me apetece nombrar. Tengo una sobrina que tiene 12 años y me produce náuseas pensar que niñas de su edad están siendo vendidas y se está abusando de ellas de esa manera.

Todos: proxenetas, traficantes, clientes tienen culpa, pero me centraré en los clientes; esos que solicitan servicios, como llaman ellos, que son prácticas aberrantes.

Son capaces de pagar cifras astronómicas por hacer todo eso. Para ellos todo se puede comprar, no existen barreras de ningún tipo, ni morales, ni sociales, ni humanas.

Tratan a esas niñas como mercancía y no se les cae la cara de vergüenza al violentar de esa manera a una niña, incluso lo ven como normal. Es una triste realidad que esta más cerca de lo que pensamos. Un negocio, que por lo que leído, da mucho dinero, pero es dinero sucio y nauseabundo, y me remitiré a la frase evangélica del principio del artículo.