Fue inaugurado el pasado 11 de Marzo del 2005, justo un año después de que un atentado terrorista segara la vida de 191 personas, en aquel fatídico 11‐M. Cuando paseas por él todo te invita al silencio: hay un árbol por cada víctima de aquel brutal atentado, un monumento éste lleno de vida y de esperanza. De vida pues los cipreses y los olivos tienen vida, la esperanza es la de que eso no vuelva a ocurrir. Que como dice Joaquín Sabina en una de sus canciones “que el diccionario detenga las balas”. Que no busquemos caminos para la paz sino que sepamos ver que la paz es el único camino posible.

Muchas vidas cambiaron aquel fatídico 11 de Marzo del 2004, unos la perdieron y para otros ya nada fue lo mismo. Tras cada ausente había ilusiones, proyectos, expectativas...todo esto acabó por culpa de la sinrazón y la barbarie.

Visitar El bosque de los ausentes se convierte en oración cuando paseas por ese camino ascendente que te lleva a una cima donde hay tres cipreses, árbol símbolo de la eternidad. Todo invita al silencio y a la contemplación y a pedir con fe que estos sean los últimos ausentes que lloremos por culpa del terrorismo. El olivo simboliza la paz, eso que tanta falta hace en este mundo que está azotado  por demasiada violencia.

Visitar este monumento no te deja indiferente pues todos lloramos por los que nos dejaron de forma tan violenta. Ese día todos nos bajamos en Atocha y nos quedamos en Madrid con los ausentes. El día de su inauguración una chelo interpretó El Cant dels Ocells –El canto de los pájaros– de Pau Casals mientras todo el mundo presente guardaba silencio, un silencio que nos debe invitar a buscar la paz y desterrar cualquier tipo de fundamentalismo. Que no tengamos que derramar más lágrimas por los ausentes que deja el terrorismo.