¡Hola mamá!

¡Qué seas muy feliz! Sí, porque “Felicidad” empieza con “Fe”. ¡Y qué grande fue tu fe!, como para no desesperarte en medio de tantas dificultades. Yo sé bien que te hice sufrir.

Desde Belén hasta el Calvario, una espada se fue clavando, poco a poco, en tu corazón. Lo más duro fue, sin duda, al pie de la cruz. Alguien dijo de mí que yo estaría muriendo hasta el fin del mundo. Porque es cierto
que yo sufro y muero en cada niño que muere, y en cada hombre o mujer que llora. Y tú, como madre sufres y lloras por todos. Una madre es como un pozo de lágrimas, pues sufre y padece por los dolores y desvíos de todos y cada uno de sus hijos.

Pero, ¿por qué decirte estas cosas tristes para felicitarte en tu día? ¿Por qué no traerte un ramo de flores, o decirte unos versos, o comprar un regalo a mi alcance? Muy sencillo madre, porque yo sé que tú no te dejas engañar y no crees en besos, risas y regalos que no salen del corazón. Sé que Tú sufres porque hay hijos que nunca se dejan ver por tu casa, que es mi Casa también. Es muy cierto. Pero también tienes muchos hijos que te quieren, como te quise yo, ¡Fíjate en todos los que nos hemos reunido hoy aquí para darte nuestro cariño! Somos gente sencilla y con fe.

Yo te confío a cada uno de los aquí presentes ¡Vela por ellos! Enséñales a creer y a querer. A saber esperar. Porque todo sufrimiento pasa y de la espina que nos hirió, nacerá una nueva rosa. Y esta rosa es la que vengo a ofrecerte en tu Día, querida mamá. Y te pido por todas las madres del mundo, para que imitándote a ti, lleguen a ser felices.

De todo corazón tu hijo, Jesús