El otro día, una niña de 5o de Primaria me dijo un acertijo que me gustó mucho, así que os invito a que contestéis a la pregunta que me hizo. Podéis contestar al profe o a la señorita. Me dijo:

‐ “¿Quién crees que es mayor, el sol o la luna?” (Podéis contestar...).

Yo, después de pensar un poco y con la idea de que el acertijo tenía “truco”, contesté que el sol era mayor que la luna.

Ella, riendo, me dijo que estaba equivocado, que era mayor la luna porque le dejaban salir por la noche.

Ya decía yo que el acertijo tenía “truco”... Sin embargo, seguí pensando y me di cuenta de que aquello era cierto: a la luna le dejaban salir de noche, era mayor, y eso que muchas noches la veía partida por la mitad. Unas veces miraba a un lado del firmamento y otras al otro; incluso algunas noches no la veía pero sé que allí estaba. Su luminosidad, sin embargo, era menor que la del sol.

Lo pequeño, (porque en realidad la luna es más pequeña que el sol) es importante: disipa la oscuridad de la noche, influye en las mareas, inspira a los poetas y cantantes, acompaña a los enamorados... Tantas cosas...

Por eso, después de pensar en el acertijo, hoy os propongo que tengáis en cuenta a los “pequeños”, a aquellos a quienes solemos hacer de menos y alguna vez apartamos de nuestro lado con risas burlonas. Ellos nos pueden sorprender con lo bueno que llevan en su gran interior. Como la luna.